lunes, agosto 9

Memoriae Post-Mortem


Un viejo cuento que tenía por ahi guardado.... 


Ésta noche morí, finalmente ésta noche mi espíritu abandonó una efímera existencia. Finalmente me encuentro en un lugar donde nadie podrá nunca más hablarme, nunca más podrá tocarme, nunca más podrá herirme, nunca más podrá incluso amarme… y lo único que se mantiene vivo en esta etérea eternidad son los recuerdos.
Lo último que recuerdo (antes de que mi alma abandonara mi frágil cuerpo) es un cuarto que a mis ojos cansados parecía infinitamente obscuro y donde cualquier haz de luz, por más pequeño que fuera creaba una brillantez espectral.
Recuerdo también, que mientras sufría la más profunda agonía alcanzaba a distinguir ciertas notas de una melodía, difusas (por la fiebre tal vez) de alguna sonata de Beethoven que antaño solía interpretar; sentado frente a mi viejo piano, el único verdadero amigo que logré conservar en mi estancia terrenal. Y por un momento recordé también el último concierto que ofrecí, la sala estaba abarrotada, y los más altos personajes se daban cita para escuchar “La Catedral Sumergida” de Claude Debussy, última pieza que toqué frente a una gran audición.
Volvieron por unos instantes a invadir mi ser, esas intensas e inexplicables sensaciones que; alejado por completo de la realidad, lograba percibir al sentir mis dedos rozar suavemente las teclas de mi compañero eterno  y la pasión que sentía al recibir cada nota como una gran explosión que me hacía creer que existía algo que pudiera ser perfectamente bello en todos su parámetros… la única pasión que colmó mi vida.
Llegaron a mi mente también los recuerdos de dos pequeños niños que sentados a mis pies solían escucharme tocar, y mientras escuchaban, una tierna ilusión solía asomarse al escuchar cada pieza, y momentos después sentados al banquillo intentaban, ingenuamente; imitar esos sonidos. Esos pequeños eran ahora grandes hombres de poder, que parecía vivían frustrados (muy a mi pesar y siendo éste hecho dolor más grande que subsistió dentro de mí) y parecía, también que poco tiempo tenían para recordar que su padre estaba ahora moribundo.
Pero el recuerdo que más logró adentrarse en mis memorias, fue el que nunca quise conservar. Mientras yacía recostado en una antigua cama adoselada, herencia de mis abuelos; sufriendo los más terribles dolores, una mirada permanecía fija en cada respiración que emanaba de mi falleciente cuerpo. Ésta mirada, que en cierto momento me llegó a parecer sofocante; era la de mi esposa, casi tan vieja como yo…  y, ser a quien yo había amado intensamente, pero de quién solamente recibí rechazos, desprecios y humillaciones a lo largo de nuestra vida juntos, lo que provocó que mi amor se convirtiera en sordo pero intenso odio. Por primera vez logré distinguir en su fría mirada, un atisbo de felicidad y compasión  e irónicamente se debía a mi desaparición del plano terrenal. ¡Oh! ¡Qué cruel ha llegado a ser el destino!
Siempre quise que mi historia hubiese sido diferente, haber sido un poco más feliz, o al menos haber estado satisfecho…pero es sólo en este último momento en  que me doy cuenta de que lo que importa es el final… y en el final absolutamente nada sobrevivió.

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